martes, 28 de agosto de 2018

LA VIDA QUE DESEAS, de Marcelo Massa.
En escena: Beto Bernuez, Nicolás Dellarole, Analía Juan y Jorge Monteagudo. Fotografía: Azul Cooper. Asesoramiento Dramatúrgico: Analía Juan  y  Jorge Monteagudo. Diseño Gráfico: Julieta Franco. Dirección General: Marcelo Massa. Teatro Casa de Pepino, Córdoba 2018.

Dice el programa: ¿Qué estás dispuesto a hacer para lograr lo que querés? Dos parejas. Un encuentro. Una decisión.
Al ingresar al recinto escénico nos encontramos con un espacio absolutamente cotidiano con las aberturas (ventanas) que dejan entrar la luz con normalidad. Un sillón de dos cuerpos color beige contra una pared; otro sillón de un cuerpo de olor negro contra la pared opuesta, un mostrador que es parte del mobiliario de La Casa de Pepino, y un puñado de sillas para los espectadores. Y de repente, una discusión en la otra sala, la contigua, nos llama la atención.
Entra una pareja (Bernuez-Dellarole) discutiendo sobre nada, simplemente discutiendo como puede discutir cualquier pareja sobre ¿Realmente me querés?, Lo que pasa es que vos nunca me quisiste. ¿Qué soy yo para vos?, etc. para terminar, como casi siempre termina este tipo de discusiones, en un acercamiento afectivo y tierno. ¿Y qué son esos integrantes de la pareja? Dos personas comunes y corrientes que creen saber qué es la felicidad, la plenitud, pero que en realidad no lo saben, y por eso, por no ser conscientes de su insatisfacción, recurren a la violencia, a la agresión.
A los pocos minutos llaman a la puerta y entra otra pareja (Monteagudo-Analía Juan). El hombre (Monteagudo) es el hermano menor del mayor de los hombres de la pareja homosexual (Bernuez). Ella, una excéntrica y caprichosa mujer. Discuten, pelean, y también acá son discusiones comunes y corrientes entre dos personas que, como en el caso de la primera pareja, son dos personas que creen saber cómo lograr la felicidad pero que en realidad no lo saben. (Dice el programa: ¿Qué estás dispuesto a hacer para lograr lo que querés?).
A lo largo de la obra descubrimos que el hombre de más edad tiene un bar y que ha tratado permanentemente de ocultar su homosexualidad; que su pareja (Dellarole) es un prostituto muy seductor, un verdadero Adonis griego con el cuerpo trabajado en el gimnasio. Por otro lado, el hermano más joven es un hombre que ha perdido su trabajo (Siempre trabajé para tener lo que tengo) y su esposa, una mujer que no sabe qué quiere ser en la vida: fotógrafa, ya no, escritora de novelas, quizá, depende de lo que le diga el círculo de amistades.
Y es ahí que aparece el primer hito simbólico de la obra, cuando ella dice: "Vos no creés nada porque no creés lo que dice la televisión". Es decir, y remitiéndonos a Platón en el Mito de la Caverna: las personas vemos imágenes proyectadas y les damos entidad de realidad porque nos negamos a buscar la Verdad (con mayúscula). Preferimos la apariencia por sobre la esencia.
Se suceden escenas cotidianas en las que descubrimos, entre otras cosas, que el hermano mayor, el dueño del bar, padece una enfermedad terminal; que el prostituto muere de ganas de tener relaciones con la cuñada, que la cuñada se siente halagada por la insinuaciones del muchacho pero lo rechaza sin rechazarlo realmente porque "por favor, no corresponde". Es decir, por la apariencia (¡Siempre la apariencia matando, sometiendo a la esencia!)
También sabemos que en el gimnasio el muchacho consigue clientes y clientas y que la última conquista fue "una vieja adinerada".
Finalmente, el hermano más joven confiesa, junto a esposa, que han decidido viajar hacia "algún lado, subirnos al auto e irnos hasta donde lleguemos y ahí empezar una nueva vida". Ilusión, nunca van a poder tener una vida distinta porque sus vidas están impregnadas, empapadas, contaminadas de la filosofía que rige el Siglo XXI, el posmodernismo donde, definitivamente, se ha impuesto la apariencia por encima de la esencia, donde el ser humano, invadido por tecnología y medios de comunicación masivos como Internet, Whatsapp, Facebook, Instagram, y muchos otros, sólo encuentra la soledad, el aislamiento, la infelicidad. Pero, creen honestamente, que viajando, que cambiando de lugar van a encontrar la felicidad, porque seguramente algún spot televisivo les ha hecho creer que la felicidad está en otro lado. Y no son conscientes de que la felicidad sólo mora en cada uno de nosotros, no en el entorno.
El final fue realmente excelente; los cuatro personajes se sientan amuchados (convirtiéndose los cuatro en uno) en el sillón grande, en silencio, y miran al público a los ojos. Y nosotros, el público, supimos inmediatamente que el trabajo había terminado. Y eso, para mí,es muy importante, indicarle al espectador que el espectáculo ha terminado.
Por supuesto que el aplauso fue espontáneo, fuerte y sincero, porque habíamos gozado de un excelente trabajo.
¿Qué nos habían dejado Marcelo, Beto, Nicolás, Analía, Jorge, Azul y Julieta? Una visión cruda, desnuda de este Siglo XXI de la posmodernidad en la que todo es "parece" pero nada importa buscar el "qué es". Por eso, creo no equivocarme si digo que el único personaje que vive en armonía es el más joven (¿casualidad?), el prostituto que, vaya paradoja, es el único que es realmente auténtico. Los otros tres, el dueño del bar, el hermano y la cuñada son los verdaderos prostitutos porque se han prostituído y han malgastado sus vidas "vendiendo" una imagen. Han sido "apariencia". En cambio el personaje joven nunca se preocupó por la apariencia de su esencia, él vive esa esencia y sólo se preocupa por la apariencia de su cuerpo porque es su medio de ganarse la vida. ¿Es él el nuevo habitante del presente siglo, del presente milenio? No lo sé.
¿Qué estás dispuesto a hacer para lograr lo que querés?,dice el programa. ¿Qué estamos dispuestos a hacer nosotros, como sociedad, para lograr lo que queremos?, me pregunto yo. Y concluyo: ¿Realmente sé qué quiero?
Esto es lo que vi, un excelente espectáculo. Excelente el texto, excelentes las actuaciones, excelente la dirección y excelente la permanente apelación al humor; la más eficaz de las maneras que existen para hablar de lo más sórdido de nuestra realidad.
A todos, Marcelo, Beto, Nicolás, Analía, Jorge, Azul y Julieta, muchas gracias.
José Luis Bigi 

domingo, 22 de julio de 2018

LA PECERA, de Ignacio Apolo, Teatro La Nave Escénica, viernes de julio 2018. En escena: Joaquín Rodríguez (Pescado) y Cristóbal López Baena (Leto); Dirección: Cristian Cavo y Fabio Miglieri; Sonido: Héctor Fierro; Escenografía: Kirka Marull; Prensa y Difusión: Sol Baliosian.

Cuando entré a la sala, quedé sorprendido, ¡y atrapado!, por la escenografía. Una caverna, y evoqué, no sé por qué, el mito platónico. En un momento, irrumpieron tempestivamente los actores, Joaquín y Cristóbal, vestidos como colegiales adolescentes que, por sus rostros adolescentes, confirieron más fuerza y realismo a los personajes.
La historia es bastante sencilla (la sencillez no es un defecto sino una virtud). Uno de los muchachos, Pescado, ha planificado con su fantasía adolescente escapar con Leto a un refugio para quedar ahí y concretar su amor. "Quedar los dos solos, aislados del mundo".
En un momento se enciende una luz que, por una rendija en forma de mujer, les permite a los muchachos espiar "el baño de profesoras". Allí, en ese baño, está siempre una profesora de apellido Correa. Y los amigos hacen bromas, todas relacionadas con el sexo. Nuevamente me vino a la mente el mito platónico donde la luz proyectada les permite a los que están en la caverna ver una realidad virtual. El que espía, siempre, es Leto; Pescado queda atrás; él, Pescado, no se excita con la desnudez de "la Correa", como llaman a la profesora. Pero sabe que su amigo Leto, sí se excita, y Pescado busca desesperadamente la excitación de Leto con la omitida, la acallada esperanza de que "ocurra algo" entre ellos.
Los adolescentes discuten y en ocasiones se agreden físicamente, pero esas agresiones tienen más de encuentro de cuerpos que de violencia pendenciera.
Leto (¿casualidad o intencionalidad del autor de nombrar al adolescente heterosexual adocenado con el nombre del río del Olvido del Hades?) maltrata permanentemente a Pescado (pez muerto fuera del agua pero también alimento bíblico "No deis pescado, enseñad a pescar") y repite constantemente "putito". Pero veremos más adelante que en realidad Pescado es un pez y Leto es un pescado, pescado justamente por Pescado.
Dice Leto: "Sos un hijo de puta Pescado (.....) Los chicos te dicen cosas, te tratan mal, pero yo no, yo soy tu amigo. Pe pediste que viniera acá y vine; me pediste que fuéramos con la Correa y fui....."
Sí, porque es Pescado quien incita a Leto para ir a abusar a "la Correa".
En una de las tantas tentativas que tiene Leto para escapar de ese encierro, de ese ahogo que presiente tiene algo más que una picardía adolescente pero no logra descubrir que es, Pescado se asoma a la luz, espía a "la Correa" y se masturba. Y mientras se está masturbando, regresa Leto a la caverna y se burla de Pescado, lo trata de "pajero". Pescado tiene vergüenza porque el motivo de su excitación y masturbación no es la desnudez de "la Correa" sino la excitación que esa desnudez provoca en Leto. Y Pescado no quiere, no puede enfrentar a Leto, no quiere que éste advierta que está enamorado de él, que ha planificado, de modo absolutamente adolescente, escapar del mundo y encerrarse en una caverna "los dos solos para vivir una historia de amor".
Finalmente, tras recriminarse mutuamente y desnudar que ambos tienen familias disfuncionales, deciden, por insistencia de Pescado, abordar y someten a "la Correa".
Nuevamente en la caverna, Leto llora con miedo por lo que han hecho, porque "la Correa me vio, Pescado, te digo que me vio, me reconoció. Vamos a terminar en cana, Pescado.....". Es en ese momento que Pescado dice: "Vamos a tener que quedarnos a vivir aquí para siempre. Aprovechemos que es fin de semana y vayamos a buscar víveres". Y, oh casualidad, Pescado ha traído víveres: un alfajor blanco (¿una hostia?) que comparten en una verdadera comunión (¿la unión platónica de las almas, la unión cristiana de los espíritus?), y un jugo "Cepita", jugo de uvas, es decir vino, la sangre de Cristo, otro símbolo de la comunión de las almas de Pescado y Leto. Éste empieza a descubrir al intención de Pescado, y se enerva, enfurece. Y nuevamente riñen, mezclan sus cuerpos. Y la discusión, la fusión de los cuerpos termina con la violación por parte de Leto a Pescado.
Es en ese instante que se produce el quiebre de la acción dramática, el famoso Deux et Machina aristotélico, el inicio del desenlace.
Tras consumar la violación, Leto llora arrepentido por lo que hizo, se quiebra, y Pescado, convertido en pez dice por primera vez "No me llamo Pescado, tengo nombre". Y advierte que Leto no será nunca suyo, que ese amor es imposible y, como adolescente, decide suicidarse matándolo a Leto, porque matar a Leto es su propio suicidio.
Hasta acá la historia. Veamos ahora, ¿por qué el autor ubica la acción en una caverna? Creo no equivocarme si afirmo que en total connivencia con Platón, nos dice que hay dos realidades, la virtual propia de los adolescentes que se vive dentro de la caverna con luz artificial (rendija, velas) y la luz exterior que se filtra cada vez que abren la puerta de la caverna, luz brillante que simboliza la realidad no virtual.
El autor nos presenta una historia netamente adolescente, pero no por eso menos humana y universal (la adolescencia es humana y absolutamente universal). Pero acá el autor, Ignacio Apolo, valiéndose de una historia adolescente no habla de la pasión del Amor (con mayúscula), de la enajenación y la locura que conlleva el estado de enamoramiento. Y  aquí también es bueno recordad que Platón afirma que el verdadero amor entre los seres humanos se produce, más allá de la apariencia física, cuando se funden dos almas, fusión que reclama también la urgente fusión de los cuerpos, de las vidas.
Y si la obra de Ignacio Apolo es excelente, el espectáculo resulta excelente por las actuaciones de Joaquín Rodríguez, quien desde un principio se muestra convincentemente como un adolescente "pescado", timorato e insinuante con temor para convertirse en un pez que "pesca" a Leto; y Cristóbal López Baena que durante toda la obra encarna a un típico adolescente heterosexual masificado como son masificadas las almas que van al Hades y abrevan de las aguas del río Leto, para terminar siendo un adolescente que toma conciencia de que ha abusado de "la Correa", pero que peor que le ha sucedido es haber violado al su amigo, tomar conciencia del estado emocional de Pescado, que lo ama, y sabe que la única salida es la tragedia, su muerte, por eso casi no se resiste cuando Pescado lo está asfixiando. ¿Está también Leto enamorado de Pescado?
Y ese excelente texto con esas magníficas actuaciones se convierten en una sinfonía en comunión con la escenografía, la iluminación y los efectos lumínicos.
Realmente un espectáculo recomendable, un espectáculo que causa placer al verlo y que, a los que amamos el teatro, nos deja satisfechos. Felicitaciones a todo el grupo.
     José Luis Bigi         

lunes, 25 de junio de 2018

VALS, de Soledad González
Por Grupo Los Delincuentes, en Teatro La Cochera, sábados y domingos de junio.
En escena: Bati Diebel, Giovanni Quiroga, Estrella Rohrstock, Galia Kohan y Paco Giménez; Diseño Sonoro y Composición Musical Guillermo Ceballos; Diseño Lumínico Rafael Rodríguez; Diseño y Realización de Vestuario Ana Rojo; Realización de Escenografía Toto Córrpora; Asistencia de Dirección y Producción Florencia Cisneros; Fotografía Juan Manuel Alonso; Prensa Vanesa Toranzo; Dirección General Cristina Gómez Comini.

Cuando entré a la sala, debí pasar por un espacio totalmente despojado de objetos, con sólo unas pocas sillas tapizadas de negro que, por eso, por oposición, se destacaban sobre el suelo blanco, uniforme.
Tras un breve apagón total, volvieron las luces y aparecieron los actores vestidos de blanco con velos negros transparentes y dos de las actrices, con tocados de tul, blanco en una, negro en la otra. Y la tercera, con una garra con visera. En ese memento advertí que había dos posibilidades para nosotros, los espectadores. O nos dejábamos llevar por la mente advirtiendo que ese blanco del piso y de las telas del vestuario es la luz, la vida, en oposición al negro profundo de las sillas, la muerte, y al negro tenue de las telas transparentes, la muerte en acecho, la muerte que llega, la proximidad de la muerte, ese limbo que, con los tocados que llevan Bati y Estrella, tocado de tul blanco uno, halo vital, la vida que está pero se está yendo, y de tul negro el otro, halo fúnebre, la muerte que no ha llegado todavía pero que ya está presente...
La otra posibilidad otra posibilidad era dejarse llevar por el corazón, órgano vitan y sensible de la visión judeo-cristiana del hombre.
Esta segunda posibilidad fue lo que me pasó a mí cuando el domingo último estuve en el teatro La Cochera viendo VALS. Me dejé llevar por la emoción y sentí que VALS era como una continuación de LA EDAD DE LOS NUNCA que este grupo teatral nos había maravillado tiempo atrás. Con los integrantes del grupo teatral, ingresé al Hades primero y a La Divina Comedia después. Paco empezó a descubrir el cuerpo humano, su cuerpo: cabeza, tronco, dos ojos, dos fosas nasales, etc., etc., etc. Y apela al corazón, el órgano humano que simboliza el corazón.
En otro momento, seleccionando del enorme paradigma de la música bailable, optaron por Tu Cabeza en mi hombro, de Neil Secaka, popular canción de la década de los '60 cuando Paco, Giovanni, Bati, Galia y Estrella eran adolescentes, pero además porque en la letra se apela al susurro "Whisper in my ears" (Susúrrame en el oído), al deseo "What I want to hear" (lo que quiero escuchar), y al amor "That you love me too" (que vos también me amás). Y este susurro se repite, muy suavemente, a modo de susurro, pero a cargo de un coro, como en la tragedia y en la comedia griegas de la antigüedad "That you love me too".
En el Hades griego, Bati, Galia, Estrella, Paco y Giovanni pasan sin solución de continuidad, pero con maestría, por distintos tiempos: el ayer, el hoy, bailan, discuten por el color de la pared. ¿Es blanca? ¿Es azul? En este caso el blanco y el azul son símbolos de las verdades personales, de las verdades con minúscula que, sumándose, conducen a la Verdad con mayúscula, verdad que, como decía Sócrates, sólo pueden alcanzar artistas y filósofos en tanto creadores.
Los cinco actores presentes en escena (Beatriz Gutierrez está ausente corporalmente pero presente conceptual y emotivamente; está su silla que, durante todo el espectáculo, permanece vacía, presente pero vacía, porque Beatriz es parte integrante e integral del grupo Los Delincuentes), nos llevan al Hades, y allí recuerdan y olvidan, están simbólicamente en la puerta del Hades y tienen la posibilidad de beber de las aguas del río Leto y olvidar los recuerdos, como lo hace el común de los mortales, o no beber de esa agua y pasar e los Campos Eliseos, lugar reservado a los que recuerdan, a los sabios, a los artistas, como afirmaba Platón. Porque los artistas son sabios y filósofos porque dedican su vida a la creatividad, porque recuerdan la vida en la totalidad cósmica, en el Universo, lo que que la psicología con Freud primero y Jung después, llamaron el Inconsciente Colectivo.
Al finalizar el espectáculo me pregunté: ¿Los creativos teatrales como Galia, Estrella, Bati, Giovanni y Paco, irán al infierno, al purgatorio o al paraíso de la obra de Dante Alighieri? Y sentí que me invadía una profunda alegría. Ellos, Los Delincuentes, junto a Soledad González y Cristina Gómez Comini, responsable una del excelente texto y de la excelente dirección y puesta en escena la otra, no están destinados al paraíso de la Divina Comedia, sino al Infierno dantesco al que van los que no bebieron de las aguas del río Leto, los que recuerdan y trabajn creativamente con la esencia, con los valores, con el alma, ánima, álito, animé de los seres humanos, con su fuerza trascendente. Porque en el Infierno de Dante están Sócrates, Platón, Aristóteles y otros creadores, otros inquisidores de la esencia del hombre. Y definitivamente Giovanni, Paco, Estrella, Galia, Bati, Cristina y Soledad son verdaderos buceadores de la esencia, de los valores humanos trascendentales.
Realmente un excelente trabajo el que me ofrecieron (regalaron) estas siete personas el domingo pasado en el teatro La Cochera. Y confieso que quiero, que necesito ver nuevamente este trabajo porque es una obra que abunda en símbolos, símbolos exquisitos porque remiten, todos a la Literatura, al Arte Universales (sí, con mayúscula); y quiero rescatarlos a todos.