domingo, 28 de noviembre de 2010

X-Equis, por grupo Ojo de Pez Teatro

En Escena: Marita Bussalino, Jorge Pacheco, Paulo Colina, Mariela Cervia, Luz Nani y Jimena Garrido; Dramaturgia, Concepción y Dirección: Jimena Garrido; Asistente de Dirección: Cristina Smargiassi; Diseño, Realización y Operación Sonora: Cruz Zorrilla; Diseño, Realización y Operación de Luces: Cristina Sargiassi; Diseño y Realización Esenográfica: Paulo Colina, Cruz Zorilla; Colaboración en Escenografìa: Daniel Marín; Diseño y Realización de Utilería: Lorena Stricker; Diseño y Realización de Vestuario: Adelina Coda; Diseño de Peinados y Maquillaje: Adelina Coda y Lorena Stricker; Modista: Cristina Rafaelle; Efectos Especiales: Hugo Arabel; Diseño Gráfico: Cristina Smargiassi; Dibujos: Paulo Colina; Producción General: Ojo de Pez Teatro. Sala: Teatro La Luna, sábados y domingos de noviembre.

Al entrar a la sala me llamó la atención la esenografía y la utilería tan realistas y tan sobrecargadas. Después entendí que habían recreado un depósito de una bulonería, y en un sótano.
Quizá por tratarse de un sótano y por el nombre del espectáculo X-Equis intuí que se trataba de un problema existencial ((X Man) y que me remitiría a Platón (aprox. 428-348 aC) y su Mito o Parábola de La Caverna, que aparece al principio del Libro VII de La República, en la que presenta una explicación metafórica de la situación del ser humano respecto del conocimiento. En ella, Platón nos muestra, haciendo alusión al esfuerzo de Sócrates por ayudar a los hombres a llegar a la verdad y a su fracaso al ser condenado a muerte.
Esta alegoría en la que se pone de manifiesto cómo los humanos podemos engañarnos a nosotros mismos por el entorno social oprimente, puede encontrarse también en autores como Calderón de la Barca en La Vida es Sueño, Adolfo Bioy Casares en La Invención de Morel, Aldous Huxley en Un Mundo Feliz, o en la trilogía cinematográfica Matrix.
El grupo Ojo de Pez Teatro en su espectáculo fue un poco más allá de la parábola platónica para exponer la tésis filosófica de Jorge Luis Borges manifestada en Tadeo Isidoro Cruz en la que advertimos que "La vida de un hombre se reduce a un instante, el instante en que advierte quién es". Y sin lugar a dudas, el grupo teatral presenta y asume  esa tésis filosófica.
En la obra,  Héctor de la Fuente y Federico Grandente llegan a la verdad pero fracasan por ser alcanzados por la muerte. La muerte física en el caso de Federico, la muerete espiritual de Héctor. Y cuál es esa verdad: sometidos por la opresión del entorno social se casaron y tuvieron hijos, pero se asumieron homosexuales y asumieron sus verdades demasiado tarde, lo que los llevó a la muerte. Y que la muerte es el final de todos está marcado por los apellidos: de la Fuente, Benavente, Torrente, Grandente..., muerte. La rima no es porque sí, sino que es una metáfora de la tésis socrática.
Toda la obra está impregnada de simbología sexual masculina: el negocio es una venta de "bulones", Federico ha muerto horadado (agujereado) por una "mecha" y "abulonado", Federico había sido elegido el empleado del mes "porque la tiene más grande". Eso nos permite colegir que Héctor también conoce el pene de Franco; entre sus dos empleados varones afirma que "Franco la tiene más grande".
Y que la obra iba a girar sobre la sexualidad y fundamentalmente sobre la homosexualidad se advierte desde un principio, cuando Franco llega primero y, estando él solo con Héctor, éste se le acerca suavemente desde atrás y le apoya los genitales (con la brgueta abierta). Franco reacciona, pero no es una reacción contundente sino más bien un "ahora no".
Pero no sólo Héctor y Federico vivieron una vida prestada, también los otros lo hacen. En el caso de Valeria, exesposa de Héctor y hermana de Manuela, recurre a la ceguera para enfrentar los momentos que la exponen a un límite; Manuela es una cantante frustrada y Franco tiene permanentemente un bastón que es lo que le permite no perder el equilibrio, no "caer". ¿Caer dónde? ¿En su verdadera sexualidad? ¿La que asumió cuando pudo comprar un R 12 tuneado y abandonar a su mujer? Un R 12 es un auto y un auto es del género masculino. Y entre su R 12 tuneado y su mujer, eligió al auto, olvidándose por completo de su esposa. ¿Y en qué momentos uno puede olvidar a un/a esposo/a? Caundo está teniendo un goce pulsivo como el orgasmo con otro/a. ¿Y su bastón, qué es? Una media mancuerna de las que se utilizan en los gimnasios para aumentar pectorales y brazos. ¿Por qué media? Porque tiene desarrollada una mitad masculina y la otra...? ¿Acaso femenina? Puede ser, todo puede ser en esta obra que se presenta en el Teatro La Luna.
El desenlace se produce a partir de la llegada de Clarisa, la que no tiene apellido, la que finge ser hija desesperada por encontrar la pieza que necesita la repisa del padre. Hasta que la encuentra, y qué encuentra, la mecha con la que fue horadado Federico. Y quién es Federico, el marido de Clarisa. Y quién es Clarisa, una mujer policía que dice estar buscando un asesino, el asesino de Federico, y parece que lo encuentra porque Valeria, la mujer abandonada por Héctor se declara culpable. Y qué hace Clarisa, se solidariza con Valeria por haber buscado recomponer su cuerpo, es decir, por pelear por ser lo que es. Y la invita a que escape, a que no abandone nunca su esencia, su ser. Y cuando Valeria se va, le dice a Héctor "nunca dejé de amarte". Pero enseguida regresa y sabemos que quien mató a Federico, el que hedía en el armario, fue Clarisa. ¿Y por qué lo mató? Porque Federico la destrozaba y necesitaba unir todos sus pedazos, todas sus piezas y ser ella misma.
Y cuando todos los espectadores creemos que llegó el final, los actores inician una danza en la que compendian todos los juegos realizados cuando buscaban al sucesor de Federico porque éste no había llegado a la reunión y Héctor "detesta el incumplimiento horario". Y esta danza es una especie de ritual de iniciación en el que hacen eje en "sé vos mismo, armá tus pedazos y viví tu propia vida, aunque esta sea una desequilibrada libertad".
Si esta obra no llegó, desde mi punto de vista, a una excelente apreciación, fue porque, a pesar del intenso trabajo que se advierte por parte de todos los integrantes del grupo, el mismo aprece como compuesto por actores en proceso de maduración, no solventes todavía. Por momentos, y estos momentos abundan, los actores parecen demasiado atados al texto y esto hace que no se vea, por parte de los espectadores, el goce que se supone que todo actor siente cuando está actuando frente al público. Pero seguramente esto se superará porque son todas personas muy jóvenes y, como tales, tienen posibilidad de avanzar, de llegar a ser actores que, sujetos a la letra, también goce lo que están haciendo. Por eso digo que no fue excelente, pero puedo afirmar que fue muy buena por el aplauso final de los espectadores.
Cuando hagan un nuevo trabajo, no dejen de invitarme porque anoche me dieron un momento placentero y el placer siempre es bueno, por lo menos para mí. Gracias
José Luis Bigi

domingo, 7 de noviembre de 2010

RELACIÓN DE, de Daniela Martín

Actores: Marcelo Arbach, Gonzalo Dreizik y Maximiliano Gallo; Escenografía, utilería, vestuario y luces: Rodrigo Cuestas y José Quinteros; Diseño de imagen: Emilio Díaz Abregu; Asistente de dirección y producción: Laura Ferreyra; Dirección: Rodrigo Cuestas. Sala: Azucena Carmona del Teatro Real. Jueves de septiembre y octubre.

Si no hubiera sido por el programa, hubiera creído que, al ingresar a la sala, estaban dos actores haciendo trabajo de calentamiento-relajación y un técnico terminando su tarea. Pero no se trataba de una cosa ni de la otra; los tres actores ya estaban en personaje y actuando. Me gustó.
La obra en sí de Daniela Martín es, en apariencia, simple, lineal. Pero lo es solamente en apariencia porque ese jugar a hacer teatro en el teatro, ese mostrar un ensayo (pero un ensayo con público; el técnico, cuando atienen el celular y cruza la escena adelante del público, se agacha y nos pide perdón) a una semana del estreno con la terrible histeria quasi maricona de uno (Maximiliano Gallo) y el aplomo del otro que permanentemente interrumpe el monólogo del primero (Marcelo Arbach) y la indiferencia del técnico (Gonzalo Dreizik) contiene una verdadera crítica a los hacedores de teatro ya que permanentemente muestra, por una parte, el exhibicionismo casi enfermizo de ambos actores y el menosprecio por el trabajo de los demás (ambos actores minimizan los monólogos del otro como así también las sugerencias), y por otra parte, la importancia de ver teatro. ¿Cómo, si no, se explica que el técnico sea el único que, sin necesidad de leer el libreto, porque lo sabe de memoria de tanto oirlo, pronuncie a la perfección el monólogo?
Los actores, alternándose, van tratando de decir sus monólogos, monólogos que están constriudos de modo inteligente porque combinan la forma del clásico parlamento de la tragedia griega con la temática de la conquista de América por parte de Europa. En este caso concreto, Hernán Cortés invadiendo México. Y claramente esta invasión se convierte en encuentro porque tanto la civilización española de la época como la azteca, eran muy desarrolladas y quien invede se convierte a su vez en invadido y el invadido en invasor, porque el cruce de influencias es mutuo, es simétrico en ambas direcciones; más allá de lo que digan los textos de historia que estudiamos en el secundario.
Y mientras los actores tratan de buscar la forma de decir sus monólogos, aclarando que lo hacen con ropa como para pasar el momento, porque después va a ser otra, demostrando la necesidad de transformación que siente el actor, el técnico, con indiferencia, va de un lado a otro y hasta deja olvidado su celular en el lateral opuesto de la escena, lo que nos permite, como espectadores, reir y gozar de las posturas histéricas del actor cuasi marica porque el técnico debe cruzar la escena para atender. Y después, como si estuviera solo, hablar tranquilamente con quien está del otro lado del teléfono que, por el contenido de lo que dice y por el modo de hacerlo, parece ser la novia. Lo que, sin luqar a dudas, nos dice que más allá del tiempo que actores y técnicos están en el teatro, cuando cambian la escenografía para insertarse en el mundo real, los hacedores de teatro son simples mortales como el almacenero, el médico o la cajera del supermercado.
El juego se repite hasta que la tercera vez que suena el teléfono, el actor histérico cuasi marica lo agarra y, con el teléfono en la mano, adquiere un poder increíble sobre el técnico. Bellísima metáfora del poder y de la dependencia que tenemos los humanos en la actualidad de ese objeto tan minúsculo.
Y la obra sigue hasta que ambos actores advierten que necesitan de un tercer participante porque siendo sólo ellos dos no saben darle forma al espectáculo. Y esta es también una bellísima metáfora para declarar lo que la autora piensa del teatro: un equipo donde unos escriben, otros actúan y otros se encargan de la técnica. Y esta visión del teatro de Daniela Martín cobra valor simbólico porque es la idea que cierra el espectáculo, en oposición a la primera parte en la que cada uno de los actores quieren ser también escritores y directores y..., ¡no consiguen nada! (No estoy diciendo que Daniela sostenga que el que mucho abarca...., pero que las hay, ¡las hay!)
Este juego excelente desde lo textual hasta lo técnico y lo actoral es, fundamentalmente una declaración de principio de lo que, para Daniela, Marcelo, Gonzalo, Maximiliano, Rodrigo, José, Emilio y Laura, es el teatro. Y lo comparto plenamente. Y también comparto con ellos el haber encarado un tema tan profundo como es una definición estética del teatro a través del humor. Porque todos, sin excepción, durante la hora que dura el espectáculo, son verdaderas máquinas de hacer teatro y, con él, hacernos reir. Gracias.
Aprovecho la oportunidad para responder a algunos que me preguntaron por qué comento algunos espectáculos y otros no. Lo dije en la edición escrita del libro que presentara a fines del año pasado: Sólo comento aquellos espectáculos que me e-mocionan, que me con-mueven, que me gustan. A los otros no sé comentrlos.
José Luis Bigi

viernes, 5 de noviembre de 2010

GATE 13 B, de Ariel Dávila

Actores: Eva Bianco, David Picotto y Alicia Vissani; Música y sonido: Enrico Barbizi; Voz en off: Ana María Tenaglia; Escenografía, diseño y vestuario: José Quinteros; Planta e iluminación: Charly García; Asistente de dirección y producción: Laura Ferreyra; Dirección: Julieta Daga. Sala: Azucena Carmona del Teatro Real. Jueves de Septiembre y Octubre de 2010.

Unas cuantas sillas, una mujer sentada en primera fila que se sienta en una para inseguida cambiar por otra. ¿Está aburrida? Sí claro, y lo sabemos porque en un momento una voz en off anuncia en italiano, castellano e inglés que el vuelo a San Pablo ha sido reprogamado. ¿Hay algo más fastidioso que esperar en un aeropuerto? Es probable, pero cuando nos proponemos tomar un avión y nos dicen desde un altoparlante que el vuelo ha sido reprogramado, demorado o anulado, no importan los hoteles ni los bauchers que nos ofrezcan, el enojo, la ira y hasta el odio se hacen carne en nuestras mentes.
Esa es la situación inicial que, con el devenir de la obra, cobrará una significación ontológica muy profunda.
En la sala de embarque confluyen tres pasajeros, dos mujeres (una coreana y la otra argentina) y un hombre brasilero.
Las características de cada uno están perfectamente elaboradas, pero se diluyen sutilmente para ser parte de los tres. Porque al final advertimos que los tres son, a nivel de significación actancial, uno solo: el ser humano con su conciencia de finitud, de mortlidad.
Una habla en coreano, pero sabe algo de castellano porque tiene una hija en Paraguay, la otra habla en castellano, en un inglés bastante fluido y también lo hace en portugués y en alemán (se comunica telefónicamente, via celular, con alguien en ese idioma). Y el brasilero, en portugués.
Aquí, después de haber visto el final, colegimos que el castigo divino que propinara Dios a la humanidad por haber querido acceder a la sabiduría a través de la construcción de la bíblica Torre de Babel, fracasó. Y esa referencia bíblica es de la civilización que llegara en 1472 a América, no de los sudamericanos. Una es argentina, otro brasilero y la tercera coreana pero con residencia en Paraguay, es decir que son tres sudamericanos, por nacimiento u opción. Y tres pasajeros que viajan a San Pablo, a Sudamérica.
La coreana se humedece el rostro para inmediatamente colocarse una máscara blanca. ¿Acaso no es blanca la parca?
Después, el brasilero, que ha tomado pastillas para dormir porque no le agrada viajar en avión (en este caso metáfora de la muerte), tiene un sueño en el que toma conocimiento de que no puede morir porque no ha bailado una determinada danza. Y, en sueños, la baila para terminar con la misma máscara que usara la coreana. Y, al despertar, dice ahora ya puedo morir, ya bailé.
La argentina, mientras tanto, refleja con un gran sentido del humor la histeria que suele caracterizarnos a los argentinos. Esto me pasa porque siempre me meto; Es que soy buena y quiero ayudar; Por eso mejor no meterse, no meterse en la vida de los demás..... ¡Cuántos reproches para autoconvencerse de que es una buena persona, de que es solidaria, de que los argentinos somos mejores que los demás habitntes del resto del mundo. Es realmente una escena hilarante en la que nosotros, el público, no podemos dejar de reir. Pero toda esa risa se transforma en un instante en un golpe durísimo, tremendo.
El altavoz anuncia que el vuelo finalmente parte, que hay que embarcar. Y la coreana embarca decididamente, como lo hace el brasilero, pero la argentina duda, no sabe si embarcar o permanecer en tierra. Pero finalmente, después de ponerse ella misma la máscara que utilizaran la coreana y el brasilero, embarca.
¿Hacia dónde? Hacia la murte porque la vida sigue su curso más allá de cada uno de nosotros.
Creo no equivocarme si digo que este espectáculo es una revalorización de la espiritualidad religiosa americana y una clara declaración que las espiritualidades religiosas que llegaron a América Latina han podido sobrevivir sólamente cuando se han combinado, cuando se han fusionado, cuando estas concepciones ideológicas invasoras se han visto invadidas por la espiritualidad religiosa de las civilizaciones autópctonas, precolombinas.
Es de destacar que se vio un trabajo en equipo, un equipo de personas que decidieron aceptar un desafío y lo concretaron de un modo excelente. Sì, porque después de asistir a un espectáculo como Gate 13 B, uno sólo puede decir gracias, gracias al grupo por haberme regalado una hora de felicidad.
Y para terminar, quiero decir que, mientras esperaba sentado para ingresar al espectáculo que seguía, me dije a mí mismo Eva, Alicia y David son actores que he visto en distintas obras con discímiles personajes, y siempre han estado magníficos. Y sí, son realmente excelentes actores. Actores que integraron un equipo esxelente de trabajo. Y cuando un equipo es excelente, el resultado, generalmente, también es excelente. Gate 13 B lo fue.
José Luis Bigi