En escena: Beto Bernuez, Nicolás Dellarole, Analía Juan y Jorge Monteagudo. Fotografía: Azul Cooper. Asesoramiento Dramatúrgico: Analía Juan y Jorge Monteagudo. Diseño Gráfico: Julieta Franco. Dirección General: Marcelo Massa. Teatro Casa de Pepino, Córdoba 2018.
Dice el programa: ¿Qué estás dispuesto a hacer para lograr lo que querés? Dos parejas. Un encuentro. Una decisión.
Al ingresar al recinto escénico nos encontramos con un espacio absolutamente cotidiano con las aberturas (ventanas) que dejan entrar la luz con normalidad. Un sillón de dos cuerpos color beige contra una pared; otro sillón de un cuerpo de olor negro contra la pared opuesta, un mostrador que es parte del mobiliario de La Casa de Pepino, y un puñado de sillas para los espectadores. Y de repente, una discusión en la otra sala, la contigua, nos llama la atención.
Entra una pareja (Bernuez-Dellarole) discutiendo sobre nada, simplemente discutiendo como puede discutir cualquier pareja sobre ¿Realmente me querés?, Lo que pasa es que vos nunca me quisiste. ¿Qué soy yo para vos?, etc. para terminar, como casi siempre termina este tipo de discusiones, en un acercamiento afectivo y tierno. ¿Y qué son esos integrantes de la pareja? Dos personas comunes y corrientes que creen saber qué es la felicidad, la plenitud, pero que en realidad no lo saben, y por eso, por no ser conscientes de su insatisfacción, recurren a la violencia, a la agresión.
A los pocos minutos llaman a la puerta y entra otra pareja (Monteagudo-Analía Juan). El hombre (Monteagudo) es el hermano menor del mayor de los hombres de la pareja homosexual (Bernuez). Ella, una excéntrica y caprichosa mujer. Discuten, pelean, y también acá son discusiones comunes y corrientes entre dos personas que, como en el caso de la primera pareja, son dos personas que creen saber cómo lograr la felicidad pero que en realidad no lo saben. (Dice el programa: ¿Qué estás dispuesto a hacer para lograr lo que querés?).
A lo largo de la obra descubrimos que el hombre de más edad tiene un bar y que ha tratado permanentemente de ocultar su homosexualidad; que su pareja (Dellarole) es un prostituto muy seductor, un verdadero Adonis griego con el cuerpo trabajado en el gimnasio. Por otro lado, el hermano más joven es un hombre que ha perdido su trabajo (Siempre trabajé para tener lo que tengo) y su esposa, una mujer que no sabe qué quiere ser en la vida: fotógrafa, ya no, escritora de novelas, quizá, depende de lo que le diga el círculo de amistades.
Y es ahí que aparece el primer hito simbólico de la obra, cuando ella dice: "Vos no creés nada porque no creés lo que dice la televisión". Es decir, y remitiéndonos a Platón en el Mito de la Caverna: las personas vemos imágenes proyectadas y les damos entidad de realidad porque nos negamos a buscar la Verdad (con mayúscula). Preferimos la apariencia por sobre la esencia.
Se suceden escenas cotidianas en las que descubrimos, entre otras cosas, que el hermano mayor, el dueño del bar, padece una enfermedad terminal; que el prostituto muere de ganas de tener relaciones con la cuñada, que la cuñada se siente halagada por la insinuaciones del muchacho pero lo rechaza sin rechazarlo realmente porque "por favor, no corresponde". Es decir, por la apariencia (¡Siempre la apariencia matando, sometiendo a la esencia!)
También sabemos que en el gimnasio el muchacho consigue clientes y clientas y que la última conquista fue "una vieja adinerada".
Finalmente, el hermano más joven confiesa, junto a esposa, que han decidido viajar hacia "algún lado, subirnos al auto e irnos hasta donde lleguemos y ahí empezar una nueva vida". Ilusión, nunca van a poder tener una vida distinta porque sus vidas están impregnadas, empapadas, contaminadas de la filosofía que rige el Siglo XXI, el posmodernismo donde, definitivamente, se ha impuesto la apariencia por encima de la esencia, donde el ser humano, invadido por tecnología y medios de comunicación masivos como Internet, Whatsapp, Facebook, Instagram, y muchos otros, sólo encuentra la soledad, el aislamiento, la infelicidad. Pero, creen honestamente, que viajando, que cambiando de lugar van a encontrar la felicidad, porque seguramente algún spot televisivo les ha hecho creer que la felicidad está en otro lado. Y no son conscientes de que la felicidad sólo mora en cada uno de nosotros, no en el entorno.
El final fue realmente excelente; los cuatro personajes se sientan amuchados (convirtiéndose los cuatro en uno) en el sillón grande, en silencio, y miran al público a los ojos. Y nosotros, el público, supimos inmediatamente que el trabajo había terminado. Y eso, para mí,es muy importante, indicarle al espectador que el espectáculo ha terminado.
Por supuesto que el aplauso fue espontáneo, fuerte y sincero, porque habíamos gozado de un excelente trabajo.
¿Qué nos habían dejado Marcelo, Beto, Nicolás, Analía, Jorge, Azul y Julieta? Una visión cruda, desnuda de este Siglo XXI de la posmodernidad en la que todo es "parece" pero nada importa buscar el "qué es". Por eso, creo no equivocarme si digo que el único personaje que vive en armonía es el más joven (¿casualidad?), el prostituto que, vaya paradoja, es el único que es realmente auténtico. Los otros tres, el dueño del bar, el hermano y la cuñada son los verdaderos prostitutos porque se han prostituído y han malgastado sus vidas "vendiendo" una imagen. Han sido "apariencia". En cambio el personaje joven nunca se preocupó por la apariencia de su esencia, él vive esa esencia y sólo se preocupa por la apariencia de su cuerpo porque es su medio de ganarse la vida. ¿Es él el nuevo habitante del presente siglo, del presente milenio? No lo sé.
¿Qué estás dispuesto a hacer para lograr lo que querés?,dice el programa. ¿Qué estamos dispuestos a hacer nosotros, como sociedad, para lograr lo que queremos?, me pregunto yo. Y concluyo: ¿Realmente sé qué quiero?
Esto es lo que vi, un excelente espectáculo. Excelente el texto, excelentes las actuaciones, excelente la dirección y excelente la permanente apelación al humor; la más eficaz de las maneras que existen para hablar de lo más sórdido de nuestra realidad.
A todos, Marcelo, Beto, Nicolás, Analía, Jorge, Azul y Julieta, muchas gracias.
José Luis Bigi