domingo, 12 de septiembre de 2010

LA EDAD DORADA, de Roberto Espina

La Edad Dorada, de Roberto Espina; Actuación: Joan Guitart; Versión y Dirección: Domingo Lo Giudice; Lugar: Ciudad de las Artes; viernes, sábados y domingos de agosto.

La obra empieza con el actor Joan Guitart que, emergiendo de entre el público, sube al escenario y nos cuenta que una multinacional dedicada al ocio, al shopping del ocio que, como distintivo tiene una estatua de Don Quijote de la Mancha. Justamente por eso es contratado el actor Joan Guitart para que interprete un fragmento de la obra de Cervantes. Y, lentamente, el actor va convirtiéndose en personaje a través de la incorporación del vestuario que, para hacer más gráfico el juego que está por emprender, es un vestuario absolutamente teatral-funcional que, una vez puesto, cobra dimensión de vestuario real-original.
También el actor nos informa que pensó en personificar al propio Don Quijote, pero ya muchos lo han intentado con dispar fortuna, razón por la que basándose en los capítulos XXII y XXIII de la primera parte y los capítulos XXV, XXVI y XXVII de la segunda parte, nos mostrará las andanzas de Ginés de Pasamonte (Jerónimo de Pasamonte combatió junto a Cervantes en Lepanto), gran ladrón y por eso condenado a galeote, llamado por lo oficiales que conducían al grupo de galeotes como Ginesillo, ironía para remarcar la condición de "ladrón de más de la marca" (¡un gran ladrón!).
En El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Don Quijote aparece como el salvador de los galeotes y, por ende, salvador de Ginés de Pasamonte (liberado de sus ataduras por Sancho Panza). Pero traicionado por éste y el resto de los galeotes, personajes en ese momento de una absoluta lógica realista. Deben dispersarse en diáspora y cambiar identidades para no ser recapturados por la autoridad. Y es así que Ginés de Pasamonte se transforma en titerero (titiritero ambulante que recorre mundo con su retablo y un mono).
Hasta acá, la historia lineal que el actor representa en escena. Pero..., y esto es lo maravilloso, el actor, que en un principio se mete en la piel de Ginés de Pasamonte, en la segunda parte está totalmente transformado en el titerero, con sus embustes y trampas, con su mono que cuenta hechos del pasado, nunca del futuro. Y en qué momento Joan Guitart, actor, deja de ser el malandra Ginés de Pasamonte para convertirse en el titerero iluso y querible por el público, no es advertido por el espectador. Y no es advertido por el trabajo actoral progresivo que lleva adelante Joan Guitart. Y la progresión de la transformación actoral se mantiene a pesar de una jocosa pero patética interrupción producida por un spot publicitario. ¿Reacciona Don Quijote, reacciona Ginés de Pasamonte, reacciona el titerero? Poco importa que quien reaccione sea la estatua de Don Quijote porque el público se ha con-mocionado, emocionado con esta metáfora teatral que pone de manifiesto el humanismo de Cervantes.
Y ese humanismo utópico que caracterizó a la década del 60 del siglo pasado es mostrado con un nivel teatral que resulta sorprendente por la calidad del texto, la maestría del responsable de la versión y la dirección y la excelencia del actor. ¿Es casual que autor, director y actor hayan vivido sus juventudes en esa década? No lo sabemos, y tampoco importa tanto porque, en este momento en que la escencia de las personas está en en franca devaluación cediendo el paso a la apariencia material, asistir a un espectáculo teatral que rescata el famoso "seamos realistas, pidamos lo imposible" sesentista, no sólo es un hecho aplaudible; es un hecho que nosotros, espectadores cordobeses, tenemos que agradecer. Por eso, Gracias Roberdo, Gracias Domingo, Gracias Joan. 
    José Luis Bigi

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