A través de este espectáculo pude reconfirmar mi idea de que no todos los lugares que usamos para hacer teatro son los adecuados. Vi Estar en el brete el año pasado en la Capilla del Buen Pastor, y confieso que salí sin entender absolutamente nada, razón por la que no pude, en ese momento, decir si lo que había visto me había gustado o no. Pero este jueves, en el Patio Mayor del Cabildo, ese grupo de actores-bailarines o bailarines-actores, me sorprendió con un excelente trabajo que gocé. Y más allá del istrionismo de los integrantes del elenco municipal, estoy absolutamente convencido que la Capilla del Buen Pastor se devoró a los actores y les anuló la voz, mientras que en el Patio Mayor, casi una puesta de cámara, los integrantes del elenco pudieron mostrar realmente lo que hacen y nosotros, los espectadores, pudimos finalmente saber de qué se trata este Estar en el brete, para que la manada no vaya al matadero.
¿Y de qué se trata este Estar en el brete? Se trata nada más y nada menos que de una historia cronológica de nuestro país, de Argentina. Por que empieza con un baile frenético y violento (el nacimiento es frenético y violento) que parte de posiciones bajas simbolizando el origen-génesis del hombre (en la tradición judeocristiana el hombre es hecho de barro; en las tradiciones de los pueblos originarios de América, de barro o de harina de maiz); el caso es que el hombre siempre surge de la Madre Tierra o Pacha Mama.
En el devernir del espectáculos se alternan diálogos, canciones y bailes, los que van mostrando con bastante carga de ironía y humor los devenires de la historia nacional. ¿Y qué muestra esta historia ideada y dirigida por Marola Farías y Giovanni Quiroga? Muestra una historia de violencia y traiciones que llega a nuestros días caracterizados por esa violencia y esas traiciones históricas, hoy sofisticadas, a las que se han agregado la intolerancia, la mentira y la impunidad de los gobiernos en los hechos de corrupción. Creo que si Milcíades Peña, aquel militante trotskista y excelente revisionista histórico que viviera entre 1933 y 1965 hubiera estado entre el público, hubiera aplaudido a rabiar porque la visión de Marola y de Giovanni es de absoluto revisionismo de la historia. Y este, desde mi punto de vista (lo aclaro), es el único modo de interpretar y entender la historia para poder cambiarla o, por lo menos, modificarla.
Hay pasajes que son hilarantes por el grado de ironía que encierran, como el de la repartición de las tierras, la del baile de los cuchillos (si Borges, quien dijo en la década de los años 60 que el Martín Fierro es la historia de un cuchillero, viviera, hubiera festejado este baile) o la del caudillo con poncho-chalina al hombro que habla de la revolución y el pueblo lo acalla significando que en este siglo, el XXI, las revoluciones, según la concepción bolchevique o castrista, son hechos del pasado, tácticas que, a decir de los jóvenes de hoy, ya fueron.
Aquí quiero, para terminar, resaltar la última escena, la del canto del Himno Nacional. Empieza con solemnidad para, paulatinamente, ir convirtiéndose en una chacota (excelente metáfora de lo que llamamos "patrioterismo", ese patriotismo que declamamos masivamente en la Plaza de Mayo el 2 de abril de 1982 para, después, seguir con nuestras vidas cotidianas sin siquiera tratar de conocer la verdad de lo que ocurría, dejándonos llevar por el espíritu "triunfalista" característico del "patrioterismo") y terminar, el canto del Himno, en el estribillo omitiendo los versos finales, los que hablan del honor, del compromiso. ¿Estamos realmente los argentinos dispuestos a jurar con gloria morir?
José Luis Bigi
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