En este momento en que detractores y seguidores están fanatizados, cegados por la pasión, como en los últimos años de la vida de Eva Duarte, no es ciertamente tarea fácil encarar, justamente, la vida de ésta. El grupo teatral Elencos Concertados, con la dramaturgia y dirección de Enrique Giungi, han resuelto de modo magistral este dilema poniendo en escena a un grupo de actores que, con acuerdos y controversias, deciden recrear la vida de Eva Duarte de Perón, desde sus orígenes en Junín hasta su muerte en Benos Aires.
La historia de Eva, como así también la historia del peronismo y de Argentina, está totalmente fragmentada y sometida a permanentes revisiones, algo que en la puesta queda perfectamente evidenciado a través de tres paños separados en los que se refleja esa Historia, paños que hacen las veces de una pantalla cinematográfica, pero que por ser tres paños separados, dejan zonas oscuras, vacías y, por ende, zonas de interrogación, de revisión, de interpretación.
Empieza con el bombardeo a Plaza de Mayo, en ocasión de la caída del peronismo y lentamente se encamina al pasado, hasta alcanzar los pasos de Eva como actriz. Mientras tanto, con ese fondo fragmentado y roto que nos muestra parcialmente la historia, en escena la historia de Eva parte desde el pasado hasta llegar al momento de su muerte, en brazos de su madre, escena tierna, humana y conmovedora, si las hay. Eva, en el lecho de muerte implorando a su madre que no permita que nadie la bañe, que nadie la vista, que nadie la vea desnuda; suplicando que le diga "Evita", así, en dimunitivo, remitiéndonos a "pobrecita", "solita", lo que la muestra en un total desamparo, en una total soledad. Y si puedo asegurar que esta escena es extremadamente humana y conmovedora, es porque en ese instante toda la bravura de Eva, de esa mujer que lucha por lo que quiere y cree, esa mujer que es pura pasión, regresa a su verdadera esencia: el desamparo, la soledad. Como anécdota, quisiera agregar que en ese momento, no sé por qué, recordé a María, madre de Jesús, cuando en la obra Mujeres ante el sepulcro, de Michel de Ghelderode dice, al final cuando deja de ser "La Virgen" y antes de caer el telón, "ahora puedo llorar como madre".
Raras veces, por no decir rarísimas, se presenta en Córdoba y de la mano de un grupo cordobés, un elenco tan numeroso en escena. Y creo que es un gran mérito del director el haber logrado una sinfonía, y si digo sinfonía es porque hay un perfecto equilibrio y ritmo entre los actores y el coro, como así también entre los actores entre ellos. El paso que logran entre el personaje y el actor va logrando ese feedback que acorta las distancias entre actor-personaje-actor hasta llegar a su máxima expresión en el momento en que, con Eva en la cama, Marcos Polzoni -director- lleva sus manos a la espalda, levanta el pecho, retrae el mentón y es Juan Domingo Perón y Mariana Bonadero -Julia- se acurruca en el lecho contrae el rostro en expresión de dolor, dolor físico y moral por la traición de Juan Domingo y es Eva Duarte.
La puesta pasea por distintos estilos teatrales, como el humorismo en el de las señoras de la Sociedad Rural magníficamente interpretadas por Gastón Casabella, Lucas Leiva, Agustín Meneses y Esteban Rivarola, hasta las escenas realistas como la aparición de Luciana Mealla -Niní Marshal- y Diego González -Juan Carlos Thorry-; o la escena irónica de Victoria Varas -Victoria Ocampo-; y el naturalismo en la escena de Rafael Taborda -Paco Jamandreu- con Mariana Bonadero -Eva Duarte-.
El grupo aborda sin miedo y con realismo distintos tópicos que caracterizaron a esa época, tópicos que, por otro lado, son recurrentes en nuestra historia nacional y todavía no hemos superado, como la censura, el patoterismo, el paternalismo, el resentimiento y el doble discurso, ese que pronuncian los gobernantes pero que no se condice con las acciones de gobierno.
Para terminar, quiero decir que pocas veces ha salido tan contento de un teatro, tan pleno; porque después de ver un trabajo como que el hace el grupo Elencos Concertados sólo se puede decir gracias, gracias teatreros por haber hecho lo que hicieron.
José Luis Bigi
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